domingo, 3 de abril de 2011

Sobre la libertad

Nunca me sentí tan libre como cuando llegué a esa ciudad lejana. El clima, más cálido de lo que imaginaba, y la noche fueron el mejor recibimiento que pude haber tenido en muchos años. La distancia, el anonimato, la arquitectura, y la muchedumbre con su actitud "Je m'en calice" fueron esa bocanada de aire fresco que llenó todos los vacíos -alguna vez- pensados imposibles de llenar.

La ambigüedad de lo desconocido, como la sonrisa que esconde un rasgo de amargura, apenas si se amoldaba a lo que yo era en aquel entonces: una invitación a la certeza que no terminaba de concretarse; un árbol fecundo pero sin raíces, dispuesto a hundirse en todas las tierras del orbe.

Nunca lloré tanto como en ese avión de regreso. No por el regreso en sí, sino por el dolor de las raíces arrancadas de la tierra.

Nunca lloré tanto por dejar a nadie atrás. Él, a quien tanto había esperado, se quedaba atrás, con parte de mí en sus manos.

Ahora miro con recelo la posibilidad del regreso; temo que esa ciudad que me incubó no sea la misma que cuando me fui de ella; sin embargo, tengo la certeza de que Él va a estar ahí, de que ese crecimiento que quedó interrumpido volverá a tomar forma; temo por todos los obstáculos que tengo enfrente; temo por el tiempo y los rastros de humanidad que ha impuesto en mí.

Nunca antes tuve miedo. No obstante, creo en la libertad.

1 comentario:

KAT dijo...

más vale lanzarse a sus brazos y no quedarse agonizando en la nostalgia :) La ciudad ha cambiado, sin embargo es la misma. Tú haz cambiado, él ha cambiado también, pero el Amor, ese con mayúscula, es tu nueva tierra fértil.