domingo, 3 de octubre de 2010

La Rue Sainte-Catherine

Un paseo por la calle Sainte-Catherine que lleva en sí la esencia de todo Montreal, según pienso, por ser una mezcla de extremos contrarios que conviven juntos y que caracterizan a toda la ciudad.  Montreal… donde se clavan mis raíces enrollándose alrededor de las canalizaciones que perforan el suelo.
           Ella tiene ya unos doscientos años y pico, pero con las minifaldas y el maquillaje, ni se le ve una arruguita. Nace en el este de la isla, pasa por Hochelaga a pie, y atraviesa todos los barrios populares donde la gente nunca estuvo rica, donde a veces, como decía en francés mi abuela “las cornejas vuelan al revés para no ver la miseria del suelo”. De verdad vuelan al revés, pero nadie se da cuenta, salvo quizás algunas damas sin caballero que se pasan las noches en las esquinas o unos de esos numerosos niños que juegan en las callejuelas cercanas.
Ella sigue caminando, entra al Village. Más allá de la calle Papineau, y a no son damas sino chavalos que esperan en parques y esquinas, que bailan y beben en las discotecas. Por acá hay tantos camellos como en el Sahara entero y la Catherine anda con las pupilas dilatadas. La salpicaron de pabellones de la UQÀM y sex-shops, iglesias y bares. Se pasea en limusinas enorgulleciéndose de su Place des Arts, y las torres del centro son como tantas torres de Babel; la Catherine que en el este hablaba joual se expresa entonces en decenas de lenguas que se entremezclan y concuerdan en los centros comerciales, los bancos, los cines y los restaurantes. Va cubierta de joyas, cegada por la luz de los fluorescentes, vestida de ropa de marca, asordada por los cláxones y los ritmos electrónicos. Levanta los ojos para contemplar sus cimas de cemento y vidrio, sigue caminando sin darse cuenta que pisa con sus tacones de oro a los que no tienen techo y duermen ante sus puertas. Es alta, grande y única, siempre construyéndose, siempre agitada y reinventándose, o sea maquillándose un poco más de nuevo.
Tiene más que doscientos años pero no piensa en jubilarse. Sin embargo, a veces se cansa, sobre todo durante el invierno hacia las cuatro de la mañana, se cansa y se vacía. La nieve se hace pesada y la entumece; ella que siempre zumba y late se hace silenciosa, comatosa. La nieve cae despacio y no se oye ni un ruido. Sólo se ven algunas siluetas solitarias a lo lejos. Pasa un taxi. Tosa una mujer. La nieve cae. Duerme la calle. Los buses aun pasan más despacio, como para no despertarla, que dormita algunas horas, paralizada por el frío; tiemblan en las callejuelas, y las torres han desaparecido en su celestial solitud, allá, de donde viene la nieve.
Olivier Côté

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta que hayas convertido a la ciudad/calle en tu personaje.
Oiga, no escribe usted mal, ya me gustaría a mi escibir así en francés.

:)PZ

DaL dijo...

Qué bonita que es esta mujer.

Mire que pasé algunas tantas veces por ella, me confundí en la Voz y nos entumimos juntas por la nieve, pero jamás alcancé a percibirla de la manera en la que usted la pinta en el relato.

Ya me dio la nostalgia... y de la buena.

J. Franfal dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
KAT dijo...

Oye Francisco te equivocaste de botón porque yo escribí el texto de abajito jaja

Olivier: te juro que me dio entre que risa y asombro, está excelente la personificación de la Cathy! se la imagina larga y flaca, de tacones afuera a las 4 de la mañana...

Julien Côté dijo...

Acabo de leer tu Texto...hacia un par de meses que no tenia tiempo. Muy buena personificacion de la calle. Tenes talento! :)