Pintar un cuadro imaginario de bucólica naturaleza, como el de dos enamorados tomados de la mano viendo la puesta de sol sobre el mar. No hay más que ellos dos en el Universo, el aire salino acaricia sus rostros y les da vida, mientras el telón de fondo del opera de las olas coronadas de blanca espuma es el terciopelo de nubes color rosa. El hecho es que ese mismo mar que tranquilo te baña, huele a sal y a yodo, te acalambra los pies si te atrebes a mojarlos entre la multitud de gente y turistas, una vez que la neblina matutina decidió quitarse y mezclarse al smog de las micros que nos llevan a su costa.
Pero aquí no hay mar. Ni el de ensueño ni el real. Puedo andar horas y horas en micro y ninguna me lleva a tu costa, la única playa es la de estacionamiento. Extraño tu neblina, tu perfume, tu aliento. El olor a pescado fresco en la caleta... y el no muy fresco. Las algas pegadas a las piernas azules de frío. Tus mañanas grises, tus días azules, tus tardes rosas y tus noches de pesada oscuridad. Tu caracter cambiante. Tu calma y tu furia. La cercanía de tus olas y la inmensidad de tu horizonte eterno. Mas ya no me llevas a islas perdidas o ciudades sumarinas con sirenas y medusas, ya no me sacas la sensación de encierro del corazón. Ahora cierro los ojos en la micro las mañanas frías y humedas y me transporto hasta ti. Porque, cómo escribir los más lindos versos si tú no estás, Pacífico?
Karina Alejandra Trautmann Miranda