sábado, 25 de septiembre de 2010

Mi oda al mar

De verdad quisiera escribir hoy los versos más lindos.
Pintar un cuadro imaginario de bucólica naturaleza, como el de dos enamorados tomados de la mano viendo la puesta de sol sobre el mar. No hay más que ellos dos en el Universo, el aire salino acaricia sus rostros y les da vida, mientras el telón de fondo del opera de las olas coronadas de blanca espuma es el terciopelo de nubes color rosa. El hecho es que ese mismo mar que tranquilo te baña, huele a sal y a yodo, te acalambra los pies si te atrebes a mojarlos entre la multitud de gente y turistas, una vez que la neblina matutina decidió quitarse y mezclarse al smog de las micros que nos llevan a su costa.

Pero aquí no hay mar. Ni el de ensueño ni el real. Puedo andar horas y horas en micro y ninguna me lleva a tu costa, la única playa es la de estacionamiento. Extraño tu neblina, tu perfume, tu aliento. El olor a pescado fresco en la caleta... y el no muy fresco. Las algas pegadas a las piernas azules de frío. Tus mañanas grises, tus días azules, tus tardes rosas y tus noches de pesada oscuridad. Tu caracter cambiante. Tu calma y tu furia. La cercanía de tus olas y la inmensidad de tu horizonte eterno. Mas ya no me llevas a islas perdidas o ciudades sumarinas con sirenas y medusas, ya no me sacas la sensación de encierro del corazón. Ahora cierro los ojos en la micro las mañanas frías y humedas y me transporto hasta ti. Porque, cómo escribir los más lindos versos si tú no estás, Pacífico?

Karina Alejandra Trautmann Miranda

martes, 7 de septiembre de 2010

Una Semana y Contando...

Al cerrar la puerta recuento los días. Una semana y contando. Me siento en la taza del baño para hacer pipi y escucho que desde la ventila de la calefacción se filtra la música de mi vecino o vecina. Me sonó a persa, pero no lo sé, no soy experta en el tema. Ahh, la música, delatora de nostalgias. Tanto la comida, como el idioma nos une con ese cordón umbilical que ya no alimenta nada, más que el recuerdo. O las múltiples llamadas telefónicas para sentirse un poco más allá que acá… y no hablo de muerte, si no de la distancia. La semana pasada cuando aún no estaba en este departamento, me instalé en un hotel. La chica que servía el desayuno, aprovechaba furtiva los momentos de pocos comensales para escabullirse, encorvándose; pues realmente no existía un lugar en donde esconderse más que la parte baja de una barra para servir jugo y cuernos. Tomaba entre las manos el teléfono que por el tamaño parecía muy antiguo, bueno, no tanto pero no lo recuerdo tan bien… Abría la mano con la tarjeta blanca y letras negras que ya es tan conocida para los que vivimos en el extranjero y marcaba, esperaba la señal, marcaba, esperaba la nueva señal –si quiere seguir en inglés, marque el 9; si quiere seguir en francés marque el 1; si quiere salir del menú marque 0 ; si quiere volver a escucharlo…- Se le soltaba la lengua como tarabilla, se que hablaba en árabe e imagino que preguntaba por la familia, por los sobrinos, por el exnovio que tal vez aún vive en su lugar natal o por la comedia de las 6 o por el último chisme. ¡Yo qué se! Pero automáticamente se le iluminaba el rostro y tal vez, sólo por eso valía la pena despertarse temprano y ver miles de caras que tal vez nunca volverá a ver, ni mucho menos ellos a esta. ¿Cuántas caras habremos visto en la vida y están metidas en nuestro archivo personal? Personas que únicamente vimos una vez y ya nunca más la volveremos a ver, pero genialmente el cerebro construye mapas de cada una de estás y cuando vemos a alguien tratamos de embonarlo con alguno que tengamos en la cabeza. Si esto no sucede automáticamente, generamos otro plano para poder archivarlo. No sé porqué cuento esto, creo que mi cerebro está lleno de varios datos inútiles que punzan como tiro al blanco (un muñequito de feria.) Acertar, tal vez es eso lo que nos lleva a caminar con las raíces desnudas. ¿Qué estamos buscando? ¿Será un algo, será un alguien? ¿Será nuestra sombra o lo que hay debajo de ella? Aún no puedo contestar ninguna de las miles de preguntas que me genera el tema. Sé que uno busca algo mejor, que ese es el motorcito de los que abandonan lo conocido o será acaso el miedo… Curiosamente, ahora confundo el allá y el acá, cuando volaba a miles de metros de altura me preguntaba si iba o venía, tal vez las dos.